Perdí todo mi empuje…
Crónica de una sesión
«Era un hombre super positivo y ahora lo veo todo negro”
Esta frase es escuchada frecuentemente en hombres que pasan los 40 y en el caso de Ariel, la fuerza de la resignación se denotaba hasta en su aspecto personal. Lo conocía de cruzarlo a menudo, siempre sonriente y hasta con un gesto altivo y quizás, por eso, me impactó verlo tal como estaba. Me contó que aparte de su divorcio (de común acuerdo hace ya 4 años atrás), ninguna otra cosa importante había ocurrido. Se diría que su vida en estos momentos, discurría sin altibajos, serenamente. Y por eso decidió acudir a terapia.
¿Entonces…?
Como hago habitualmente en consulta, comenzamos hablando de lo que le traía a terapia, para pasar luego a hablar, simplemente, de lo que surgía de forma espontánea, y es justamente aquí donde apareció la primera clave: su mujer le pidió una separación tranquila, adulta, sin ninguna discusión, haciendo hincapié en una frase que Ariel grabó a fuego en su memoria: “Eres un buen tío… Pero tu mamá tenía razón, eres como tu padre, no pones ganas para hacer las cosas… Parece que se te ha muerto la ilusión, como si te estuvieses volviendo impotente ante la vida… como en la cama…!”. Le costó mucho contener el llanto, a pesar de que ya le había explicado que en esta terapia es la emoción espontánea y profunda lo que mayor valor tiene para trabajar y curar.
Decidí hacer entonces una regresión dirigida a rescatar situaciones del pasado en las cuales el desánimo hubiese estado presente. Utilicé una de las técnicas de visualización, que consiste en situarlo mentalmente frente a varias puertas, haciendo que las toque una a una y sienta que le transmiten. Ante una que ve como vieja y descolorida, siente un profundo rechazo mezclado con temor. Lo invito a abrirla y a entrar.
Y ya dentro…
Ariel se remueve en el diván y me dice: “Esto es raro… Estoy con mi primera novia, con unos 20 años o así y ella me está besando con pasión, pero a mi no me gusta…”
“¿Por qué no te gusta?”, le pregunto.
“Porque ella va muy rápido… No me permite hacer nada, se me adelanta y me siento un idiota. ¡Parece que ella fuese el hombre! “
Le digo: “¿Acaso no tener iniciativa te hace menos macho?”
Duda un poco y finalmente, bajando la voz responde: “Si… Eso… Mi madre siempre llevaba la batuta. En casa era ella la que dirigía todo y papá era apenas una sombra y me da mucha rabia, porque él es mi mejor ejemplo, un tipo que siempre supo estar en su lugar…”.
“¿Y qué quisieras hacer entonces?”
“Quiero decirle a mi novia que pare un poco, que me hace daño… Me inhibe con su actitud y me pongo rabioso… ¡Quiero gritar!
“¡Pues grita!”
Su voz se eleva con una especie de gruñido mientras golpea con fuerza el apoyabrazos del diván y enseguida dice: “¡Basta, basta, basta! No soy un pelele… Yo puedo, solo que no quiero. ¡Estoy harto de que todos esperen de mí cosas que yo no quiero dar!”
“¿A quién le hablas ahora…?”
“A Roxi, mi mujer…!”
“¿Y qué hace ella?”
“Se quedó callada, como asustada… Le voy a volver a gritar, a ver si de una buena vez me escucha: ¡No soy un quedado ni un impotente! Vos me haces impotente… Impotente ante vos, ante los chicos, ante la vida… ¡Me anulas, como mi mamá a mi papá! ¿Entiendes?”
“¿Y entonces, que te parece que deberás hacer de ahora en más para no ser ni sentirte impotente?”
“Haré lo que me salga de… Lo que se me de la gana, guste o no a los demás… ¡Seré yo mismo!”
“Repítelo, grítalo…”
“¡Seré yo, seré yo, seré yoooooo!
¿Cómo lo supera?
Mediante este “estallido”, que en psicología se denomina “catarsis”, logra hacer consciente su propia auto-limitación, su contención desde siempre ante las cosas que aunque consideraba injustas o inapropiadas, no podía (aunque quería), rebelarse. En sucesivas sesiones reafirmamos su autoestima y visualizó nuevos caminos posibles para su vida, que muy lejos de estar al final de su trayecto, recomenzaba con nuevo rumbo.